Donde exista la sociedad humana, el irreprensible
Espíritu de la Representación se manifiesta
Bajo los árboles en pequeños pueblos, y en los
escenarios altamente tecnificados en metrópolis globales; en pasillos de
escuelas y en campos y en templos; en barriadas, en plazas públicas, en centros
comunitarios y en sótanos de ciudades del interior, la gente es atraída para
compartir en el efímero mundo teatral que creamos para expresar nuestra
complejidad humana, nuestra diversidad, nuestra vulnerabilidad, en carne viva,
y aliento, y voz.
Nos reunimos para sollozar y para recordar; para reír
y contemplar; para aprender y para afirmar y para imaginar. Para maravillarnos
de la destreza técnica, y para encarnar a los dioses. Para capturar nuestro
aliento colectivo en nuestra habilidad para la belleza y la compasión y la
monstruosidad. Venimos a energizarnos, y a empoderarnos. Para celebrar la
riqueza de nuestras diversas culturas, y para disolver las fronteras que nos
dividen
Donde exista la sociedad humana, el irreprensible
Espíritu de la Representación se manifiesta. Nacido en la comunidad, lleva las
máscaras y las vestimentas de nuestras diversas tradiciones.
Utiliza nuestros lenguajes y ritmos y gestos, y aclara un espacio entre
nosotros.
Y nosotros, los artistas que trabajamos con este
espíritu ancestral, nos sentimos obligados a canalizarlo a través de nuestros
corazones, nuestras ideas y nuestros cuerpos para revelar nuestras realidades
en toda su mundanidad y brillante misterio.
Pero en esta era en la que tantos millones luchan por
sobrevivir, están sufriendo bajo regímenes opresores y de un capitalismo
depredador, están huyendo de conflictos y adversidades; donde nuestra
privacidad es invadida por servicios secretos y nuestras palabras son
censuradas por gobiernos entrometidos; donde los bosques están siendo
aniquilados, especies exterminadas y océanos envenenados: ¿qué nos sentimos
obligados a revelar?
En este mundo de poderes desiguales, en el que
diversos órdenes hegemónicos tratan de convencernos que una nación, una raza,
un género, una preferencia sexual, una religión, una ideología, un marco
cultural es superior a todos los otros, ¿es verdaderamente defendible insistir
que las artes deben estar sin cadenas frente a las agendas sociales?
¿Estamos nosotros, los artistas de arenas y
escenarios, conformes con las esterilizadas demandas del mercado, o
aprovechar el poder que nosotros tenemos: el de limpiar el espacio en los
corazones y las mentes de la sociedad, para reunir a la gente alrededor
de nosotros, para inspirar, encantar e informar, y crear un mundo de esperanza
y generosa cooperación?
Brett Bailey